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febrero 09, 2010

El beneficio marginal de fallar, e importancia de la imaginación.

En junio 5, 2008, la escritora J.K Rowling, autora de la exitosa serie Harry Potter, dictó el Discurso de Graduación en la Reunión Anual de la Asociación de Alumnos de Harvard. Les invitamos a leer y reflexionar en sus palabras, con un buen café, claro. O si son muy duchos en inglés, pueden accesar directamente y ver la presentación, la dirección está al final.

Presidente Fausto, miembros de la Corporación Harvard y de la Cámara de Supervisores, miembros de la facultad, orgullosos padres, y, sobre todo, graduandos.

Lo primero que quiero decir es ‘gracias.’ No solo me han concedido un honor extraordinario sino también semanas de miedo y náusea ante la idea de dar este discurso, hasta he perdido peso. ¡Una situación ganar-ganar! Ahora todo lo que tengo qué hacer es respirar profundo, ondear las banderas rojas y convencerme a mí misma de estar en la mayor de las reuniones Gryffindor.

Dar este tipo de discurso es una gran responsabilidad; o así pensé hasta que traté de recordar mi propia graduación. Aquél día la discursista fue la distinguida filósofa británica Baronesa María Warnock. Reflexionar en ello me ha ayudado muchísimo para escribir éste, porque sucede que no he podido recordar una sola palabra de lo que ella dijo. Este liberador descubrimiento me ha permitido proceder sin el temor de que pudiera influenciar sin querer a que alguien abandonara una prometedora carrera en el mundo de los negocios, o abogacía, o política, por los atolondrados deleites de convertirse en ufano mago. ¿Ven? Si en los años por venir sólo recuerdan la broma del ‘ufano mago’, pues he alcanzado más que la Baronesa. Metas alcanzables: el primer paso para la mejoría del propio ser.

De hecho, he naufragado en mi mente y corazón buscando lo que debería decirles hoy. Me he preguntado a mí misma lo que me habría gustado saber cuando mi propia graduación y qué lecciones importantes he aprendido en los 21 años transcurridos desde entonces.

He encontrado dos respuestas. En este hermoso día en que nos hemos reunido para celebrar éxitos académicos, he decidido hablarles del beneficio de fallar. Y como ustedes se encuentran en el umbral de lo que luego llamamos ‘vida real’, quiero enfatizar la importancia crucial de la imaginación.

Pudieran parecer elecciones quijotescas o paradójicas, pero por favor soporten mi agravio.

Ver hacia atrás, mi graduación a los 21 años, es una experiencia un tanto incómoda para la mujer de 42 años en que me he convertido. Hacia la mitad de mis años, tenía un balance bastante precario entre mis ambiciones y las de aquellos más cercanos y lo que esperaban de mí.

Estaba convencida de que lo único que yo quería hacer era escribir novelas. Sin embargo, mis padres, ambos de orígenes muy pobres, ninguno de los cuales fue a la universidad, tenían el punto de vista que mi superabundante imaginación era un capricho personal que nunca pagaría la renta o aseguraría una pensión. Ahora, sé que la ironía golpea con la fuerza de una caricatura de martillo.

Ellos esperaban que hiciera una carrera vocacional; yo quería estudiar Literatura Inglesa. Acordamos un compromiso que en retrospecto no satisfizo a nadie, y me fui a estudiar Lenguas Modernas. Apenas el carro de mis padres había dado vuelta en la esquina cuando me escapé de la clase de Alemán y me escurrí al corredor donde daban Clásicos. No recuerdo si les dije a mis padres que estudiaba los Clásicos; es posible que lo hayan descubierto por primera vez el día de mi graduación. Entre paréntesis, quiero dejar claro que no culpo a mis padres por su punto de vista. En eso de culpar a nuestros padres por los giros equivocados de dirección hay una fecha de expiración; en el momento en que somos lo suficientemente viejos como para tomar el volante, la responsabilidad nos pertenece. Es más, no puedo criticar a mis padres por su deseo de que yo no experimentara pobreza. Ellos fueron pobres, yo también, y estoy de acuerdo que no es una experiencia ennoblecedora. Pobreza implica miedos, estrés, a veces depresiones; implica mil pequeñas humillaciones y durezas. Escalar y salir de pobreza por tus propios medios es algo de lo que podrías enorgullecerte, pero en sí misma la pobreza es romantizada sólo por tontos. Lo que yo más temía a la edad de ustedes no era la pobreza, sino fallar.

A su edad, a pesar de una distintiva falta de motivación en la universidad, donde pasé mucho tiempo en las cafeterías escribiendo historias y muy poco tiempo en clases, tenía destreza para aprobar exámenes, y por años, esa fue la medida del éxito en mi vida y la de mis compañeros.

No piensen que supongo que como ustedes son jóvenes, talentosos y bien educados, pues no conocen de durezas o quebrantamientos. Talento e inteligencia no son vacunas contra los caprichos de las Hadas, y ni por un momento he supuesto que todos aquí han disfrutado una existencia de contentamiento y sereno privilegio. Sin embargo, el hecho de graduarse de Harvard sugiere que no han tenido mucho contacto con las fallas. Pudieran estar gobernados por temor a fallar tanto como por el deseo de sobresalir. Incluso es posible que su concepto de falla no esté muy lejos de la idea de éxito de la persona promedio, tan alto han volado ya.

En última instancia, hemos de decidir por nosotros mismos lo que constituye falla, pero el mundo está más que dispuesto a darte un grupo de criterios si lo dejas. He de decirles que a siete años de mi graduación, según escalas convencionales, mi falla era épica. Un matrimonio de muy corta duración, sin trabajo, madre sola, tan pobre como puede ser posible en la Inglaterra Moderna, pero con casa. Los temores de mis padres y de mí misma hechos realidad, así que bajo los estándares usuales yo era la más grande falla que conocía.

No, no voy a pararme aquí y decirles que es divertido fallar. Ese período de mi vida fue oscuro, y no tenía idea de que sería lo que la prensa ha dado en representar como la resolución de un cuento de hadas. No tenía idea de cuán largo era el túnel, cuánto duraría, o de si la luz al final era más bien una esperanza que realidad.

¿Por qué hablar de beneficios en la falla? Simplemente porque fallar implica quitarse de encima todo lo que no es esencial. Paré en mi pretensión de ser otra cosa de lo que era, y comencé a dirigir toda mi energía en terminar el único trabajo que me importaba. Si hubiera tenido éxito en cualquier otra cosa, nunca hubiera encontrado la determinación para salir adelante en la única arena donde realmente pertenecía. Fui liberada, porque mi más grande temor se había hecho realidad, y estaba viva, y tenía una hija que adoraba, y tenía una vieja máquina de escribir y una gran idea. Y la roca del fondo se convirtió en el sólido cimiente para reconstruir mi vida.

Ustedes podrían no fallar en la misma escala mía, pero fallar es inevitable en la vida. Es imposible vivir fin fallar en algo, a menos que vivas tan cuidadosamente que no vivas para nada -en cuyo caso has fallado por default.

Fallar me proporcionó una seguridad interna que nunca habría obtenido aprobando exámenes. Fallar me enseñó cosas sobre mí misma que no habría aprendido de otro modo. Descubrí que tengo una voluntad fuerte, y más disciplina de la que supuse; también descubrí amistades cuyo valor está muy por encima de rubíes.

Este conocimiento de emerger más sabio y más fuerte de las desdichas significa que en adelante tienes seguridad de tu capacidad de sobrevivir. Nunca te conocerás a ti mismo lo suficiente, o la fuerza de tus relaciones, hasta no ser probado por la adversidad. Tal conocimiento es un regalo verdadero, porque todo lo que se gana con dolor tiene más valor que cualquier otra cosa ganada.

Así que le diría a mi otro ser de 21 años que la felicidad personal consiste en saber que la vida no es una lista de verificación de logros y adquisiciones. Tus notas, tu curriculum vitae, no son tu vida, aunque encontrarás mucha gente de mi edad o mayor que confunde ambas cosas. La vida es difícil y complicada, fuera del control personal total, y la humildad para saberlo te permitirá sobrevivir a sus vicisitudes.

Bien, quizás pienses que seleccioné mi segundo tema, la importancia de imaginar, por lo que ha jugado en reconstruir mi vida, pero no es así. Si bien defiendo por completo el valor de contar historias a la hora de irse a dormir, he aprendido el valor de la imaginación en un sentido mucho mayor.

Imaginar no es tan sólo la capacidad humana única para ver aquello que no es, y por tanto fuente de toda invención e innovación. En su capacidad más reveladora y transformadora, es el poder que nos permite empatizar [hacer empatía] con quienes no hemos compartido experiencias.

Una de mis mayores experiencias formativas precedió a Harry Potter, si bien mucho de ellas lo escribí en esos libros. Esta revelación vino en la forma de uno de mis primeros trabajos. Escribía en mis horas de comida, pero pagaba la renta con mi trabajo, a mis 20 años, en el departamento sobre Investigaciones Africanas en la oficina central de Amnistía Internacional (AI) en Londres.

Ahí, en mi pequeña oficina, leía apresuradamente las cartas contrabandeadas de regímenes totalitarios de hombres y mujeres que se arriesgaban para informar al mundo lo que les sucedía. Ví fotografías de desaparecidos sin dejar rastro, enviadas a AI por sus desesperadas familias y amigos. Leí testimonios de víctimas torturadas y ví imágenes de sus lesiones. Abrí testimonios escritos a mano de juicios sumarios y ejecuciones, de secuestros y violaciones.

Muchos de mis compañeros era ex-prisioneros políticos, gentes desplazadas de sus hogares, o en el exilio, porque habían tenido la temeridad de hablar en contra de sus gobiernos. Los visitantes incluían informantes, o aquellos que deseaban averigüar qué había sucedido a quienes habían quedado atrás. Nunca olvidaré una víctima de la tortura, un hombre joven de Africa, no más viejo que yo entonces, enfermo mental luego de soportar brutal tortura en su país. Temblaba sin control al hablar frente a la cámara de video. Era un pie más alto que yo, y parecía frágil como un niño. Se me dió el trabajo de escoltarlo hasta la estación del tren subterráneo, y este hombre cuya vida había sido asaltada por la crueldad tomó mi mano con exquisita cortesía, y me deseó felicidad futura.

Y mientras viva recordaré ir caminando por un corredor vacío y escuchar de repente, detrás de una puerta cerrada, un grito de dolor y horror como nunca he vuelto a escuchar. La puerta se abrió, y la investigadora sacó la cabeza y me pidió que corriera y trajera una bebida caliente para el joven que estaba frente a ella. Recién le había dado la noticia de que, en retaliación por hablar contra el régimen de su país, su madre había sido encarcelada y ejecutada.

Cada día de mi semana laboral me recordaba cuán increíblemente afortunada era, al vivir en un país con un gobierno elegido democráticamente, donde la representación legal y juicios públicos es derecho de todos.

Cada día, ví evidencias abrumadoras de la maldad del ser humano sobre otros seres humanos, para ganar o mantenerse en poder. Comencé a sufrir pesadillas, literales, sobre algunas de las cosas que ví, escuché o leí.

Y sin embargo, aprendí también sobre la bondad humana ahí en AI, más de lo que hubiera sabido. AI moviliza miles de personas que nunca han sido torturadas o sido prisioneras por sus creencias, en favor de quienes han padecido. El poder de la empatía, produce acción colectiva, salva vidas, libera prisioneros. Gentes ordinarias, cuya vida y seguridad personal no está en peligro, se unen en grandes números para salvar personas desconocidas que nunca encontrarán. Mi pequeña participación en el proceso fue una de las experiencias más inspiradoras y humildes de mi vida. Diferente a cualquier otra criatura, los humanos pueden aprender y entender sin haberlo experimentado. Pueden imaginarse en los sitios de otros.

Este es un poder moralmente neutro. Uno pudiera manipular y controlar tanto como entender y simpatizar. Y muchos prefieren no ejercitar su imaginación para nada. Eligen permanecer en la comodidad, dentro de los límites de su propia experiencia, sin preocuparse de cómo sentirían si hubieran nacido distintos a lo que son. Pueden rechazar escuchar los gritos o mirar en las jaulas; cerrar sus mentes y corazones a cualquier sufrimiento que no les toque en lo personal. Pueden rehusar saber.

Podría sentir la tentación de envidiar a personas que viven así, excepto que no creo que tengan menos pesadillas que yo. Escoger vivir en un espacio pequeño conduce a formas mentales de agorafobia, y esto trae sus propios terrores. Pienso que los voluntarios no imaginativos ven más monstruos. A menudo tienen miedos mayores. Es más, quienes escogen no empatizar permiten monstruos reales. Porque sin nunca cometer maldad por nosotros mismos, nos coludimos con ellos a través de nuestra propia apatía.

Una de las muchas cosas que aprendí en el corredor de los Clásicos, cuando me aventuré a los 18 en busca de algo que no podía definir, fue lo siguiente, escrito por Plutarco -autor griego: lo que alcancemos interiormente cambiará nuestra realidad externa. Un aforismo inmenso, probado mil veces cada día en nuestras vidas. En parte, expresa nuestra inescapable conexión con el mundo exterior, el hecho de que podemos tocar las vidas de otros simplemente al existir.

Y ¿cuán dispuestos están ustedes, graduados 2008 de Harvard, para tocar las vidas de otros? Su inteligencia, su capacidad para el trabajo duro, la educación que han recibido, les concede estatus único así como responsabilidades únicas. Incluso su nacionalidad les coloca aparte. La gran mayoría pertenece al último superpoder mundial que permanece. La manera como voten, como vivan, como protesten, la presión que apliquen en sus gobiernos, tendrá impacto mucho más allá de sus fronteras. Ese es su privilegio, y su carga.

Si escoges utilizar tu estatus e influencia para levantar tu voz en favor de los que no tienen voz; si escoges identificarte no solo con los poderosos sino con los desposeídos; si retienes la capacidad de imaginarte a ti mismo en las vidas de aquellos que no tienen tus ventajas, luego entonces no serán sólo tus orgullosos familiares quienes celebren tu existencia, sino miles y millones de gentes cuya realidad has ayudado a cambiar. No necesitamos magia para transformar el mundo, tenemos todo el poder que necesitamos dentro de nosotros mismos: tenemos el poder de imaginar lo mejor.

Casi termino. Tengo una última esperanza para ustedes, algo que ya tenía alrededor de los 21. Los amigos con los cuales me senté el día de mi graduación son mis amigos de toda la vida. Son los padrinos de mis hijos, la gente que he buscado en tiempos difíciles, gente que ha sido tan generosa como para no demandarme cuando le puse sus nombres a los Comedores de Muertos. Ya nos unían afectos enormes cuando nos graduamos, por las experiencias compartidas de un tiempo que no volverá, y, por supuesto, por el conocimiento de que poseemos cierta evidencia fotográfica de valor excepcional en el caso de que alguno llegue a ser Primer Ministro.

De modo que hoy no les deseo nada mejor que amistades similares. Y mañana, espero que aún cuando no recuerden una sola palabra mía, recuerden las de Séneca, otro de los viejos romanos que encontré en el corredor de los Clásicos cuando huí de las escaleras de carrera en busca de sabiduría antigua: como un cuento, así es la vida; no cuán larga es, sino cuán buena es, eso es lo que importa.

Muchas gracias.

JK Rowling. http://harvardmagazine.com/commencement/the-fringe-benefits-failure-the-importance-imagination

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