El charlatán es un personaje carismático pero siniestro que ha acompañado a las enfermedades en toda la Historia de la Medicina. Se podría definir como un sujeto que se jacta de tener un remedio (¡la cura total!) para alguno de los múltiples padecimientos crónicos.
Es curioso observar que, en muchos casos, el charlatán no es un mentiroso contumaz, sino más bien alguien con poco juicio crítico acerca de la realidad e ignorante de la tremenda complejidad de las enfermedades crónicas; seductor en su forma de actuar, simpático, vehemente, transmite seguridad en sus afirmaciones, pero carece de escrúpulos y no le preocupan ni sus obvias limitaciones como terapeutas ni el estar engañando a los individuos más vulnerables de la sociedad, los enfermos crónicos.
En otras palabras, el charlatán tiene un perfil suficientemente definido como para poder reconocerlo independiente de si, supuestamente, cura el cáncer, artritis o la fibromialgia. Por lo general esta persona no tiene entrenamiento formal en el área donde se ubica la enfermedad. En ocasiones, ni siquiera es médico. Hace sus “descubrimientos” en solitario, sin bases científicas coherentes. Pero sus falsos argumentos están empapados de jerga médica, aunque sus planteamientos no resisten un escrutinio científico elemental.
Este tipo de curanderos no se conforman con aportar “un avance” en el conocimiento de alguna enfermedad, sino que de golpe y porrazo descubren la curación, la solución completa a enfermedades complejísimas. Ignoran que el conocimiento es una progresión ordenada de ideas, que no hay “saltos” ni “generación espontánea.” Es imposible comenzar a construir un edificio en el último piso, sin antes haber plantado sus cimientos.
Con frecuencia, una coyuntura casual es el origen de su genial descubrimiento. El testimonio de una persona en particular es un gancho habitual para atrapar víctimas. Cuando se le pregunta al charlatán donde están las legiones de pacientes que, según él, han curado con su maravilloso método, responde que ellos “quedaron tan contentos que no quieren saber nada de su pasado marcado por el padecimiento.”
El charlatán no conoce límites. En su desvarío, es capaz de asegurar que su pócima maravillosa cura cualquier cosa, desde gripes hasta cáncer y todo tipo de reumas, por supuesto, lo cual convierte a su remedio en total panacea.
Al charlatán le encanta la historia de David y Goliath. Suele argumentar que su descubrimiento maravilloso no tiene aplicación universal por causa de los intereses económicos de las compañías farmacéuticas que conspiran en su contra. Según él, la divulgación de su hallazgo las conduciría a la ruina. Sin embargo, no le causan empacho sus propios ingresos, derivados de la venta de su producto mágico.
La historia habitual de estos curanderos es la misma: un período de fama, después olvido y reemplazo por otro con trucos más novedosos y/o actitudes más seductoras.
¡Cuán difícil debe ser para un charlatán contraer una enfermedad crónica y sobrellevarla, a sabiendas de su abuso!
¿Por qué la atracción de los pacientes hacia la charlatanería? Hay varios motivos. La primordial es la desesperación por su mal estado de salud; cierta dosis de ingenuidad -candidez- e incultura para creer en una solución sin bases razonables. Pero detrás de esta ingenuidad existe cierto grado de irresponsabilidad. Es más fácil creer a ciegas que un producto maravilloso producirá la curación que someterse a un tratamiento que requiere esfuerzo constante y cambios en el estilo de vida.
Bajo esta atracción por lo irracional subyace también una tradición sociocultural peculiar. Nuestras sociedades hispanoamericanas siempre han sido seducidas por las explicaciones mágicas de la vida y sus circunstancias.
Por último, hay un grupo pequeño de personas cuya atracción a la charlatanería se sustenta sobre la base de una oposición al sistema establecido. Rechazan todo lo que tenga que ver con la autoridad, con la medicina ortodoxa, con la industria farmacéutica y con las agencias gubernamentales de salud.
En esta aldea global en que vivimos, sufrimos la masificación de la charlatanería a través de los medio de comunicación.
El mejor recurso contra la charlatanería es la información. Una persona bien informada hará una valoración crítica de los supuestos tratamientos maravillosos y demandará conocer la base teórica sobre la cual se fundamentan, así como su mecanismo de acción y los estudios que avalen su utilidad y su seguridad.
Es contraproducente que una agencia gubernamental o un colegio médico intente limitar de alguna manera la actuación del charlatán (a menos que su pócima sea claramente tóxica). Esto sería darle armas al curandero para mostrar que los poderosos intereses políticos y económicos conspiran en su contra. También resulta inútil procurar convencer a los seguidores incondicionales de la falsedad del tratamiento predicado por su gurú. Ante la creencia dogmática no hay argumento científico que valga [¡qué pena!].
Dr. Manuel Martínez Lavín. Fibromialgia. El Dolor Incomprendido. Ed. Aguilar, Cap. XXX, p.167-171; 2008.
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